Dos sospechas...
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Conferencia para la mesa de debate "O traballo de artistas e as institucións (II)", Consello da Cultura Galega, Santiago de Compostela 2008.
Dos sospechas y cuatro fracasos.
Mi primera sospecha la he visto confirmada en el texto de Pedro G. Romero. Sospecho que la institución está en todas partes, que no hay un afuera de la institución. Éste ha sido un problema al que nunca me he enfrentado directamente, no planteo mis trabajos pensando en la institución como problema, pero lo he encontrado como límite muchas veces. Y lo he encontrando justamente cuando he querido hacer lo correcto, lo “normal” diría, respondiendo a las preguntas cotidianas con cierta ingenuidad (he visto después). Quizá porque la palabra normal encierra en sí misma ese conflicto de lo que está naturalizado . De este diálogo con lo institucionalizado nacen los límites de mi trabajo, que llamaré fracasos.
Entiendo fracaso como una parte inherente del trabajo, como el resto lógico de concebir el trabajo como proceso, con ser consciente de cómo el propio trabajo cambia con su tener lugar, el poner en juego las naturalizaciones que aún no he descubierto en mí.
La segunda sospecha tiene que ver con la institución arte. Sospecho que no es un lugar tan diferente, que los problemas a los que nos enfrentamos por estar dentro, o no, de esta institución no son tan diferentes a los de otras instituciones, otros saberes. Decir con María Lois (introducción a “a trama rururbana. Documentos de trabajo”) “Porque al final todo son representaciones, todo: lo que hace el arte, la geografía política, el urbanismo… todo, unos más vinculados a las ciencias o a disciplinas que están más ligadas a la realidad, y otras más proclives a salirse de ella”. Decir con Katya Sander que la institución arte no existe sólo en sí misma, sino a través de la relación con sus públicos
Sospecho que el escenificar ese deseo de salir o entrar en esta institución es un deseo de ser institución. Y también que las luchas por hacer otra cosa, por ser otra cosa, deben enfrentarse como una totalidad, en el continuo de la existencia. Esos ámbitos de la visibilidad difusa que son el lugar de la política propiamente dicha. Decir con Ángela McRobbie (vía Maria José Belbel) que “el trabajo de la nueva industria cultural se ha visto frecuentemente, de una forma errónea, bajo mi (su) punto de vista, como un trabajo elitista. El resultado de esto es que se ha prestado poca atención a las desigualdades estructurales… el sentido común sociológico nos dice que existe una gran diferencia entre trabajar para ryanair o trabajar .. para compañías de moda o de los media (o arte añado yo)…el (concepto) trabajo inmaterial no nos ayuda a entender est(as diferencias) ”
Bajo estas dos sospechas, he de decir que trabajo con/en la institución, que no me planteo una relación antagonista, sino que es la propia dinámica de la experiencia vital (como conjunto) la que me produce quiebras que me hacen replantearme mi relación con ella, mi vivencia de las instituciones que habitan en mí… en fin, las múltiples formas bajo las que podemos entender que la institución nos afecta.
Por eso no pienso en cómo enfrentarme a ella. Son luchas parciales y contextualizadas. Por eso tampoco pienso como vivir en ella. O fuera de ella, que al final es hacerse la misma pregunta.
El problema relativo a ella aparece en los límites de mi propio trabajo como artista. O como mediadora, o como investigadora… no sé como definirme. Pero esto no es lo que quería contar.
El más antiguo de los cuatro fracasos tiene que ver con un proyecto para La ciudad interpretada, que tuvo lugar en septiembre del 2006. Recuerdo que ese verano también estábamos aquí hablando de identidad y cultura y que yo hablé de este trabajo como proyecto. El trabajo tiene que ver con el uso del espacio público. Ya en aquel momento utilicé un mobiliario que era en sí un objeto de interpretación, como me gusta llamarlo. Y en ese nombre ya está expresada la voluntad de mostrar un proceso, de trabajar el dispositivo como transición. es decir que en sí mismo no tenía la intención de solucionar nada sino de servir de vehículo para decir otras cosas. En este caso, vehicular la imagen (ese conjunto de representaciones) que los vecinos tenían de su espacio público.
En dos fases sus respuestas vinieron a mí. El primer límite, como artista, como espacio público, me vino de forma anónima. Un banco levantado. Cincuenta centímetros menos de aparcamiento en un lugar en el que está prohibido aparcar es una amenaza, por lo menos para esta(s) personas anónimas que quisieron dialogar conmigo de esta manera. Yo representaba en cierto modo la institución, porque puse un banco. Pero también estaban otras categorías afectando al espacio mucho más fuertes que yo. Otras naturalizaciones. Otras instituciones.
La segunda fase, más inquietante si cabe, vino en un forma más elaborada. Tras dos horas y pico de conversación, sugerencias y un análisis muy interesante del uso del espacio público de las plazas con diez mujeres una de las más activas me confiesa que ella realmente no va a bajar a jugar con su nieto, que no va a usar el espacio “público”. Sospecho que porque no siente ese espacio como suyo.
No es que me sorprenda el contenido de su afirmación, me sorprende su sinceridad, me sorprende no haberlo pensado antes, me sorprende que al final una de las conclusiones del objeto es esa paradoja cotidiana. Pero no sé si he alcanzado a comprenderla totalmente. Quiero decir, comprender en el sentido de poner en contexto el alcance de la implicación política que encontré tras su frase.
Este gap es el lugar para la siguiente reflexión . Y es algo que me afecta a mí tanto como al objeto o al espacio público del que hablamos. Y a eso me refiero cuando hablo de interpretación y de proceso.
El segundo límite escenifica los conflictos para situarme en relación al dispositivo , la necesidad de rehacerlo cada vez que tengo que contar de qué se trata mi proyecto, en este caso, una maqueta.
La maqueta quería ser una plaza, recuperar un sentido de plaza que se había perdido el lugar representado en ella. Éste, una fábrica y los terrenos colindantes, fue una plaza en sí misma, así que el propósito fue disponer la maqueta como tal. Pero a medida que el dispositivo plaza se iba construyendo, por las voces que se reunían alrededor de ella, por las costumbres recién adquiridas de pasarse por allí… entonces el dispositivo iba perdiendo forma en cierto sentido. Iba desapareciendo. Hasta que al final sólo quedaron las historias contadas a su alrededor.
Y las historias acaban en paradoja. Las múltiples capas del lugar, como espacio físico, como medio natural, como lugar fabril… no pueden despegarse una de la otra y la resolución de un problema (por ejemplo, la liquidación de las deudas) provoca otro (la destrucción de una forma de vida), contándolo de forma breve y parcial, por supuesto. Pero al mismo tiempo, y esto es de lo que quería hablar, el dispositivo ha fracasado como objeto. Ha fracasado sobre todo como instrumento para contar, lejos de la plaza, su función. Porque los que estuvieron allí pero no tenían nada que contar, no encontraron una plaza.
Y yo estoy en medio, teniendo la sensación de que no he acabado de poder coser todo eso.
Pero también con la duda de sí coser, suturar, es lo correcto.
Tiene que ver con mi posición en_medio, con la negativa a situarme como unión de todos los discursos, como legitimidora del discurso, como institución.
Recuperando un camino me encuentro con paradojas muy parecidas a las de la fábrica. Como ya había aprendido que éstas no son más que diferentes caras de una misma cosa intenté que la historia pasara por mí para contarla. Así los diferentes discursos, desde el representante político a los vecinos, pasaron por mí. Y los conté.
Por culpa de mi reticencia a la sutura, una afirmación de acompañamiento, un “aha”, “mm” ensucia los relatos. Acabo incorporando la mueca . Ahora soy yo la que provoca la visión de la paradoja, la que evidencia que, a pesar de decir la verdad, hay un afuera de ese discurso, que no está definido como un par de opuestos, que no son los vecinos contra el político, que está en otro lugar.
Aquí el límite que habla del fracaso del contar también se expresa por medio de sucesivos dispositivos que van mudando de forma, pero está expresado en mí, que, como un error asiente, tanto al político como a los vecinos.
Tampoco quiero expresar contradicción, pero sé que hay algo que me recuerda a aquella sinceridad paradójica de la vecina que me ayudó al relato de san pedro, es algo que tiene que ver con que el dispositivo está en la diferencia, en las diferencias varias entre los dos discursos, entre el audio y la imagen, entre el plano y la imagen. Que la mueca ahora está en las traducciones.
Y yo asiento porque creo, de verdad, que hay una respuesta (parcial) en cada uno de los dispositivos, pero no sé como contarlo todo.
Me he quedado con ese problema en la cabeza. mmm
Y ya asumo que vendrá un nuevo límite al que quiero enfrentarme. No he podido evitar hacer algo por trabajar con estas paradojas.
La institución se me ha hecho presente en todas partes: en el acceso al trabajo pero también en las relaciones laborales, en las formas bajo las que tienes que hacerte reconocible y en los límites para aceptar formas de trabajo, en las relaciones entre lo público y lo privado… en todas estas cuestiones mi experiencia cotidiana se ha visto afectada por la institución. Y yo he intentado siempre cuestionar las respuestas naturales que he dado a estos agenciamientos. A veces las descubro, a veces no.
Con relación al feminismo, me sorprendo siempre cómo se citan ciertos textos, se asumen cuestiones (que yo también he asumido) sólo en la teoría. La paradoja está en la vida cotidiana. Es por esto que sospechaba que el ámbito de la institución arte es una parte de todo. Cierto es que sólo puedo hablar desde mi lugar, y mi lugar es también el del arte, pero no puedo usar cyborg, por ejemplo, como forma retórica, o no puedo hablar de biopolítica sin cuestionar mis relaciones privadas.
Por eso, cuando Uqui Permui y Anxela Caramés me hablaron de su proyecto para hacer un archivo feminista, me pareció que era el lugar ideal para trabajar con todas estas paradojas. Sé que ellas hubieran preferido que no hablase de ellas sino del proyecto, pero a mí me parece importante mencionar este hecho: la no necesidad de personificar, de buscar protagonistas. Pero están ahí.
Por eso me parece tan interesante, porque se trata de elaborar un dispositivo que pueda dar cabida a este tipo de cosas: al lugar que hay entre lo público y lo privado, al nombrar a las personas que están detrás de procesos colectivos, es decir, ese espacio intermedio entre lo personal y lo colectivo… y sobre todo, un dispositivo que será un cuestionamiento en sí mismo, que celebre el proceso como forma.
Pensar en un archivo como contenedor en el que el discurso sea una herramienta para repensar qué significa archivar . Un dispositivo que trabaje con esos espacios intermedios. Entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que hemos naturalizado y lo que hemos vaciado a fuerza de usarlo. Con las paradojas, no sólo del espacio público, sino también de muchas citas ensayísticas, de muchos comportamientos privados, de muchas estrategias que han olvidado sus raíces.
Escribir feminismos en letras mayúsculas, como celebración, me parece un buen dispositvo, escribirla en el reverso de una pizarra en la que repensar como archivar esto todo.
Y entenderlo como un proceso que no acaba en mí.
Notas
1. Podría decir con Hito Steyerl, que el “contar”, “relatar”, incluso “transmitir lo que otros cuentan, dar testimonio” es un ejercicio de exponer esas naturalizaciones. “Si el testimonio en determinados casos no sirve, esto no solamente afecta las formas documentales que no pueden prescindir de él para la mejor representación posible de ciertos hechos. El problema es mucho más de fondo. El testimonio no solamente informa sobre el mundo, sino también lo origina en un sentido político y social. Si queremos superar el solipsismo de nuestra experiencia individual, no podemos renunciar al testimonio. Si queremos saber lo que pasa en una guerra muy lejana, normalmente tenemos que confiar en testimonios. Interesarse por un testimonio generalmente implica el intento de abrirse a las experiencias de otros. Es un paso hacia la resolución del problema paradójico que Wittgenstein describió de manera tan plástica: sentir el dolor en el cuerpo del otro”. Hito Steyerl, pueden hablar los testigos?
2. The art-institution never only exists as itself, but always also through its relationship to its 'public', Katya Sander Criticizing Institutions? The Logic of Institutionalization in the Danish Welfare State [02_2004] http://www.republicart.net
3. “This is no easy task, especially since ‘new culture industry’ work is frequently viewed, wrongly in my mind, as privileged work or even as elitist work. The result of this assumption is that little attention has been paid to the structural inequalities and exclusions that prevail (Gill 2007). Looking to Hardt for guidance we find that so wide is the frame of reference that any attempt to investigate how affective labour operates at ground level, would entail looking at what is wildly disparate work, so disparate that it is not usually considered within the same sociological frame. Adopting Hardt’s perspective would require us to consider, for example, the thousands of young women working as air stewards for Easyjet and Ryanair, and interfacing with the public on a daily basis, attending to their bodily needs, alongside the equally numerous young women who are specialists in events management and party organisation, and who seem to run about London and most other major cities working for umpteen companies and clients at the same time . Such groups might well be each performing immaterial labour but basic sociological common-sense tells us that there is a huge difference between working long shifts for Ryanair, and providing party services for fashion or media companies. Although these jobs are also frequently performed by men, masculinity in these cases has to be modified so as to compliment the theatricalised styles of femininity normatively deployed in the carrying out of these tasks, to include flirtatiousness, warmth, charm and friendliness and so on. Immaterial labour does not really help us to understand this, instead we need to look to feminist sociologists, in particular Adkins and Weeks, and of course Judith Butler.”, Angela Mc Robbie, Women As Multitude? Notes on Feminism and Immaterial Labour, pg. 12-13, de la reseña de María José Belbel para exit.book
4. Considero que este espacio entre lo que se dice (lo que se sabe) y lo que se hace es un espacio de acción, pero no un vacío. Es la expresión de una paradoja, pero al mismo tiempo su lugar de reflexión. Que, a pesar de saber que no se puede resolver fácilmente, tenemos que enfrentar. Como dice Hito Steyerl “El resultado de semejante afirmación (que no es posible el testimonio) es que también los documentos producidos a pesar de toda resistencia se suprimen de la historia. También las cuatro imágenes de los presos permanecieron, en este sentido, mudas. Aunque consiguieron salir del campo, no tenían efecto”.
5. En este sentido el concepto de dispositivo que empleo tiene que ver con el concepto ampliado del que también habla Pedro, en relación también con la idea de lenguaje como dispositivo.
6. mueca; balbuceo… problemas del habla. Con esta expresión vuelvo a afirmar el valor de la interrupción, que como decía antes, no se trata de un vacío, sino de la apertura a otra cosa que aún está por definir. Y sobre todo la ruptura de un discurso que estaba siendo naturalizado.
7. Como por ejemplo se ha planteado el trabajo Suzanne Lazy para wack! Haciendo preguntas del tipo “cómo puede “empoderar” hacer públicas las historias personales a aquellos que las cuentan? “How can making personal stories publicly known serve to empower those telling them?”Y usando esas preguntas como herramientas para entender el archivo.